domingo, 31 de agosto de 2008

ENTRE LOS DEDOS


Y mientras los gatos recitaban sus más dulces melodías, yo me encontraba ahí, en medio de la noche triste, colmada de olores desprendidos por la oscuridad. Erguida en el balcón de mi departamento que da a los rascacielos de la ciudad, el aire frío me cortaba la respiración y mis ojos se iluminaban con la luz de la luna menguante elevándose sobre mi cabeza. Yo no lo sabía de cierto, pero en ese lugar decían que si respiras lo más profundamente posible, se puede percibir el delicado olor de la amargura, del recelo, de las parejas yendo y viniendo, de la soledad, de la alegría, y sólo algunas veces, si se tiene suerte, el olor de los pensamientos. Inhalé hasta colmar mis pulmones de ese aroma nocturno, desconocido e irónico.

El sólo hecho de saber que me encontraba finalmente ahí me intrigaba de una manera poco usual. El frío era lo último en que quería pensar, y el recuerdo de mi antiguo hogar era inevitable. Las siluetas oscuras que se dibujaban a través de las cortinas de las habitaciones contiguas llamaban al igual mi atención: cenaban, se pegaban al televisor como si este huyera de ellos, leían, hablaban, bromeaban; pero hubo una sombra en el departamento vecino que me dejó perpleja. No era tanto esa silueta, sino la melodía que se desprendía de aquella dirección.

Había un enorme piano dibujado y obviamente un individuo cuyos cabellos lacios, como se adivinaba a la lejanía, cubrían gran parte de su rostro. Era impresionante la forma en que sus dedos se movían firme y musicalmente, de acuerdo con el tambaleo de su cuerpo, sobre las teclas del piano. En aquel departamento, además del piano y del hombre, aparecía una pequeña mecedora, como de aquellas que me recordaban a mis abuelos; un florero sobre una pequeña mesa y la luz que me permitió observar todo este hermoso cuadro, porque eso era, una hermosa obra de arte. Este individuo aparentaba juventud, pero una juventud de aquellas en las que no se distingue edad alguna; su vitalidad era conmovedoramente ficticia, su vestimenta figuraba una camisa con botones, su perfil dibujaba una intrigante y afilada nariz. Por unos segundos pude imaginármelo frente a mí: bello, con unos labios delgados pero completamente masculinos, con sus ojos del color de la luz de la luna al mezclarse con las nubes grisáceas, un cuerpo impetuoso, su piel nívea, que con un poco de luz se tornasolaba, y con unos cabellos cuyas puntas bailan al ritmo de sus pasos. La melodía me dejó inmóvil, con la mirada fija en los dedos de aquel hombre. Finalmente, una lágrima cayó al parpadear después de unos segundos. Tal vez fue por el viento helado que sentí un tremendo escalofrío en la columna vertebral, crucé los brazos apretándolos contra mi pecho y elevando los hombros. No me daba cuenta que la noche se me había venido encima y que no estaría de ánimos para ir a mi primer día de colegio en ese lugar. Por última vez observé la silueta, divisé una pequeña parvada sobre mi cabeza, volando bajo la puesta de sol. Todo ese rato la misma melodía que me hipnotizaba siguió su curso.

Cuando ya me había puesto el pijama para ir a dormir, escuché el silencio. En el cielo, contemplé un matiz azul mezclado con un leve tono negro, salpicado con algunas estrellas límpidas aquí y allá. Me volví hacia el departamento contiguo cuyas luces ya estaban apagadas y pareció que era la culminación del día. Corrí las cortinas y me recosté con las colchas hasta la cabeza. Quedé sumida en mis pensamientos. Después de un rato, dejé que mis hombros, cuello y cara se desnudaran flotando en el abismo de la noche. El viento acariciaba las cortinas de forma suave. Mis cabellos comenzaron a bailar por gracia del aire irrumpiendo en el departamento y, de pronto, encontré esa hermosa melodía merodeando por mi cuerpo, se extendió hacia los recuerdos de mi antiguo hogar, me congeló la frente; ardía en mis ojos y nevaba en mi pecho. vagó por mi columna vertebral, inmóvil. Se escurrió por mis poros formando riachuelos de inquietud en mi piel, y mis pies, adoloridos, me recordaron todo lo que había caminado en el transcurso de ese complicado día. Poco a poco fui llegando al sueño más profundo que he tenido hasta ahora.