lunes, 2 de mayo de 2011

Andorinha

Y en la habitación contigua no había nada, o al menos nada de ti ni de tus colores. El corredor infinito se embargó de susurros largos y grises danzando al ritmo de tus pupilas. Buscaron tropezar con muros planos para ser reformados (reafirmados), sólo para ser reformados en esta realidad de opacos que es tu piel. Lo sé, te empujaron los pliegues infames de masa encefálica: formas solitarias y complejas que asaltan la solidez del suelo y de tus dedos temblorosos y mojados.

Las agujas intimidan, pero transportan. Afiladas y tristes te esperan. El vació, colores.

Si pudieras imaginar esos contrastes ligeros, que vuelan sin ser, sin ti. Si pudieras, créeme. Silencio. Súbito zumbido al azotarse la puerta. Esperas. Se alarga y sabes que esa molestia ya forma parte del proceso de los colores. Cien filamentos rozan tu piel. Delgada y profunda forma líneas negras: rectas y curvas. Luego, el color.

La molestia recorre los pasajes más inhabitados de tus recuerdos. ¿Dónde está?. No lo encuentras, porque no sabes qué es, hasta ahora que lo sientes hirviendo en ti, dentro. Observas a ese hombre de guantes negros que intenta conversar, sin embargo no estás ahí para eso, sólo piensas en el dolor sin dolor y en el pedazo de ti que se ilumina, simplemente colores.

Cada momento que no está ahí, penetrando tu ser cutáneo lo piensas: "No puede existir una sensación parecida a esta". Sin embargo no chorrea, queda en cada muro húmedo hasta llegar a tus pies. Y el suelo se hizo tinta y caíste hasta el fondo. En alguna esquina de tu cuerpo una golondrina azul vuela.